Antes de que Elisabeth llegara, él se quedó profundamente dormido. Odiaba quedarse despierto hasta tarde porque, al tener que ir a trabajar le lloraban los ojos de lo poco que había dormido.
A la mañana siguiente se despertó y se desperezó. Se dirigió al comedor, y encendió la gran radio, que descansaba en una mesilla auxiliar acorde con el resto de los muebles de la casa.
El mayordomo se acercó y le sirvió el desayuno.
-¿Y la señora?- Preguntó.
-Supongo que se habrá quedado dormida, ayer se debió acostar muy tarde; escuche que comenzaba a tocar el piano cuando me dormía.
-No, no se encuentra en ningún otro lugar de la casa; yo mismo lo he confirmado.- Informó
-¿Y en el dormitorio?
Rápidamente, se levantó de la silla y fué a su habitación; estaba completamente vacía. Llamó a Gregorio.
-¿Ha mirado bien?
-Sí. Hasta en el último rincón.
-Retírese-Bufó.
Se sentó en el sillón y se llevó las manos a la cabeza. Lentamente, lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas.
-No, no me hagas esto... No podría soportar otra pérdida...no.
(Continuación de Elisabeth, por si no os habíais dado cuenta.