11.15.2009

Elisabeth

Edgard nunca le daba importancia a las cosas pequeñas, pero Elisabeth adoraba los pequeños placeres.
Ambos habían sido grandes amigos de pequeños, pero con el tiempo fueron distanciándose. Más tarde conocieron a Joe. Murió a los dos meses de su llegada a la ciudad, no se sabe exactamente porqué, tampoco importaba a más gente que su padre, su madre, Elisabeth y Edgard. Tras la tragedia, Ella se entregó a su álbum de fotos, y él a su apreciada maqueta durante un corto período de tiempo.
Pero las cosas continúan, y este acontecimiento sirvió para unir más a Edgard y Elisabeth. Y ahora, no es difícil adivinar que  acabaron casándose. Muy al pesar de los padres de ella, quienes querían , para poder disfrutar de su presencia en la gran casa, que sin la creativa y divertida muchacha, parecía mucho más grande.
La pareja se mudó a una gran mansión, a las afueras de la ciudad.
Una noche, ella bajó a la biblioteca, para leer junto a Edgard. El no se encontraba allí, pero sobre su asiento descansaban unos folios de partituras para el piano. Los cogió y se dirigió a el gran piano de cola que se encontraba en una esquina de la habitación. Suavemente, empezó a tocar la melodía, intrigada. Lentamente, detrás de la ventana, una silueta se formaba y susurraba al compás;
-Oh, Carolina. Oh, Dulce mía. Tus tirabuzones dorados fueron mi perdición.
De repente, apartó sus dedos del piano. Y miró hacía la ventana, sin encontrar nada más que oscuridad, silencio y la verja que se zarandeaba por el viento.
-¿Quién se esconde tras mi ventana?
Ningún ruido. Ningún susurro. Ninguna queja.
-¡No sea cobarde!
Elisabeth, empezó a pensar que había sido únicamente su conciencia, continuó tocando la pieza de música
-¿Mi alma quieres? Pues tómala Carolina; únicamente quiero a cambio una cosa.
Asombrada, Elisabeth, vio que la letra concordaba perfectamente con la escrita debajo de cada pentagrama. Una vez más, dejó de tocar.
-¡No aguanto más!-Dijo levantándose de el taburete- Dígame quien es, rectifique y de marcha atrás!
Silencio.
-¡No haga oídos sordos a mis advertencias!- Chilló
Edgard entró por la puerta, rompiendo el misterioso silencio. Elisabeth le preguntó si conocia esa partitura, pero no le pertenecía.
Leyeron un rato y después Edgard se fué a la cama. Ella, aún más intrigada continuó tocando.
-Acambio sólo entregame, los lazos que te unen a este mundo. Ven, y cualquier cosa será posible, oh...Carolina....- Cantó, subiendo poco a poco la intensidad de su voz.
-¡Que clase de broma de mal gusto es esta!-Gritó
Elisabeth descubrió, que no podía dejar de tocar, y aquella voz imperturbable continuó, sin que Elisabeth pudiera evitarlo...

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