Dejó su mochila en el recibidor y corriendo subió al segundo piso. Tras la ventana, ya se podía contemplar el amanecer, y dos enamorados paseaban por la calle sin advertir que ella pudiera estar espiándoles. Subió otro piso más, para llegar al desván.
El polvo cubría toda la superficie. Tras la claraboya se colaban los últimos rojizos rayos del sol, que cubrían toda la estancia de cálida pero efímera luz. Se percató de que todo había sido cubierto con una gran sábana blanca, y la recogió. En seguida descubrió una radio, un sillón, un baúl y unas cuantas estanterías llenas de libros hasta los topes. Todo tenía un aspecto bastante anticuado y decolorado. Sin más dilación, nuestra protagonista se tumbó en el sofá y contempló la estancia más detenidamente.
El baúl estaba abierto. Guiada por su infinita curiosidad, comenzó a rebuscar entre las libretas de cocina y viejas revistas. Finalmente encontró un cuaderno de tapas color lavanda, cuidadosamente guardado en el fondo. Como si alguien quisiera que aquello fuera lo último que encontrar en toda la casa.
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